Por Mariela Castañón
Fotografías: Carlos Sebastián / Agencia Ocote.
Entre los años 2009 y 2020, once desastres naturales en Guatemala destruyeron completamente más de veinte mil casas y dejaron un gran número de víctimas y damnificados. Cómo sigue la vida cuando el hogar, los proyectos y también parte de la familia quedan sepultados bajo toneladas de tierra.
La tierra tembló y la casa quedó a oscuras. El noticiero se apagó de repente. Manuel quedó quieto frente al televisor con el control remoto en la mano. Le costó reaccionar: la jornada laboral en la bodega lo había agotado. Matilde, su esposa, se levantó de la cama con esfuerzo para sostener al bebé. Hacía apenas un mes que había dado a luz a su séptimo hijo. Querían salir pero no lograban encontrar la puerta. No podían ver nada, la casa estaba oscura y había polvo por todos lados. Solo escuchaban los gritos de los vecinos. Eran las 10 de la noche del 1 de octubre de 2015: un alud acababa de arrasar las comunidades Cambray I y II de Santa Catarina Pinula, en Guatemala, y dejó 280 personas soterradas bajo una montaña de tierra.
La familia logró salir de la casa con la ayuda de los bomberos. Afuera vieron a algunos de sus vecinos con linternas en la mano que iluminaban montañas de tierra y casas destruidas. Los postes de energía eléctrica estaban en el suelo. La familia se resguardó en una iglesia evangélica, uno de los pocos lugares donde todavía había luz eléctrica y no había polvo.
Manuel y uno de sus hijos regresaron a El Cambray II. Llegaron gateando. La tierra, la falta de luz y los restos de las casas no les permitían dar pasos firmes y seguros. Manuel quería saber donde estaba su hermana Ceferina, su cuñado Diego y sus sobrinos Astrid, Brenda, Rony y Nelson.
Recién a las 4 de la mañana del día siguiente lograron identificar el lugar donde debía estar la casa de su hermana: estaba cubierta por un volcán de tierra. Llevaron palas y piochas para escarbar. El esfuerzo fue en vano. La casa estaba a unos 25 metros de profundidad.
Tres días después, con la maquinaria pesada, personal del Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda encontró el cuerpo de su cuñado y dos sobrinos. Al cuarto día hallaron los cadáveres de otro sobrino y de su hermana Ceferina. Manuel la identificó enseguida. Vestía su traje típico. Era una mujer de tez morena, cabello oscuro y complexión fuerte.
El cuerpo de Brenda Corina, otra de sus sobrinas, nunca fue localizado. Cuando el alud arrasó El Cambray I y II ella estaba fuera de su casa hablando por celular. Manuel cree que el alud la arrastró hacia otra localidad.
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Desde el año 1995 la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) y los bomberos habían advertido sobre los riesgos de derrumbes y deslaves en El Cambray. Aún así, la Municipalidad de Santa Catarina Pinula permitió la venta de lotes y el desarrollo inmobiliario.
Durante la construcción de la colonia, un paredón cayó sobre una mujer embarazada y su esposo. Luis Assardo, quien en esa época prestaba sus servicios como bombero municipal, cuenta que cuando llegaron a rescatarlos ya se habían asfixiado. Tres años después, una semana antes del huracán Mitch, hubo un deslave: correntadas de tierra y agua soterraron varias viviendas. Assardo y sus compañeros lograron evacuar a las familias.
La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, el organismo responsable de prevenir y reducir el impacto de los desastres naturales en Guatemala, realizó estudios de vulnerabilidad y riesgo desde 2008. En diciembre de 2014 declaró el lugar en “alto riesgo” y entregó un informe a la Municipalidad de Santa Catarina Pinula sobre la vulnerabilidad de la localidad.
Manuel se instaló en El Cambray II en 1995, alquilaba. Años después logró comprar su terreno a la lotificadora Proyectos Girasol. En 2009 un deslave destruyó la mitad de su casa. Proyectos Girasol le propuso devolverle el dinero por cuotas o ubicarlo en otra área de El Cambray I. Manuel consideró la segunda opción y se mudó. En 2015 el alud destruyó su nueva casa.
Del 2009 al 2020, en once desastres naturales en Guatemala, 22.029 casas han quedado destruidas completamente, 82.243 con daños moderados y 66.556 con daños leves, según la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres.
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Manuel estaciona su motocicleta y se quita el casco. Lleva una mascarilla que le cubre la boca y la nariz, una gorra gris, una chumpa negra y un pantalón de lona azul. Son las 10:30 del 20 de marzo de 2021. Ya pasaron 5 años del alud. Manuel se acerca al monumento frente a lo que fue El Cambray I y II. Busca los nombres de su hermana, su cuñado y sus sobrinos en una lista de 280 personas muertas. Cada vez que encuentra el nombre de un familiar, suspira hondo.
Manuel camina entre los hierros retorcidos y las columnas que fueron los cimientos de una construcción. Ahí soñaba con una casa de 2 niveles. Muestra su árbol de aguacate, que demoró siete años en crecer y le dio tres cosechas. Se aferra a lo que queda de ese palo.
De la casa de su hermana Ceferina no queda nada. Solo los recuerdos. Manuel dice que un año después del alud regresó a encender una vela por su alma. Del bolsillo de su pantalón saca un teléfono celular y muestra las fotos de Ceferina, su cuñado y sobrinos. Al fondo, la montaña de tierra que un día se desprendió se alza imponente. El viento sopla con fuerza.
Manuel se encuentra con Pablo Pau. Antes del alud, Pablo rentaba una casa en el cantón Victoria, cercano a El Cambray, que tuvo que abandonar por los riesgos. Pablo le cuenta que se quedó a vivir en una de las casas de El Cambray II que todavía tiene puerta. No tiene adonde ir. Los arrendatarios le dijeron que podían tramitar un espacio en Mi Querida Familia, donde fueron ubicados los afectados por el alud, pero a cambio le pidieron Q10 mil (US$1,500) que no tenía.
Pablo no es el único que sigue viviendo en esta zona deshabitada y propensa a otro alud. Otra vecina, Carmen Gutiérrez, a pesar de que fue beneficiada con una casa en Mi Querida Familia, consideró que era mejor quedarse en el Cantón Victoria, cercano a El Cambray, porque no quería dejar a sus cerdos. La casa se la dejó a su nuera.
Tras el alud del 1 de octubre de 2015, Manuel y su familia estuvieron dos meses en el salón comunal de Santa Catarina Pinula. En enero de 2016 les pidieron que salieran y fueron a alquilar. El gobierno les entregó Q1,200 (U$170 dólares americanos) durante tres meses, después las familias absorbieron el costo de la renta. La familia de Manuel tuvo que separarse y rentar dos casas, porque la mayoría de las viviendas fueron ocupadas por los afectados del alud. Su familia no cabía en una.
El 24 de diciembre de 2017 llegaron a Mi Querida Familia, la lotificación que fue construida para los afectados por el alud, en una finca expropiada al narcotraficante Marvin Montiel Marín, alias “El Taquero”, sentenciado por la muerte de 15 nicaragüenses y un holandés en 2008. Cuando llegaron no tenían energía eléctrica. Utilizaban candelas. También, por un mes, falló la bomba de agua. Actualmente tienen estos servicios, pero deben pagar Q192 (alrededor de US$25) por agua, seguridad, limpieza, recolección de basura y un ahorro por si llegara a suceder algo a su familia.
La pandemia de covid-19 ha traído una serie de cambios para Manuel. De marzo a noviembre del año pasado, en la bodega donde trabaja suspendieron las horas extras. Fue un duro golpe a la economía familiar. En la casa hoy viven once personas: él y su esposa, Matilde, sus hijos, un yerno y un nieto. El covid aumentó los gastos: compra de mascarillas, gel antibacterial y jabón líquido.
La visita de Manuel en El Cambray I y II termina. Antes de abandonar lo que fue su comunidad regresa al monumento y vuelve a leer los nombres de sus familiares. Hay uno que no aparece en esa lista: el de su sobrina Brenda Corina, cuyo cuerpo -aún hoy- permanece sepultado bajo toneladas de tierra.
Este artículo es parte de El último techo, un especial transnacional del Laboratorio de Periodismo Situado de Cronos Lab.
Puedes leer la publicación original en este enlace El alud que terminó con los sueños de una comunidad – Periodismo Situado