Denise Phé-Funchal
Ellas están ahí, cuando abro la compu y consulto los medios de evasión. Ellas, de todos los tamaños y edades pueblan las páginas electrónicas. Las veo en silencio, con miedo, con pena, con rabia porque no puedo evitar pasear por las voces que siempre comentan bajo las noticias y las fotografías de marco rosa, de alerta con nombre de mujer o medio nombre de niña y toparme con los que las culpan, los que comentan con sarcasmos y estupideces, rebuznando que nuestro deber es comportarnos de manera intachable, taparnos de pies a cabeza y quedarnos en casa, “protegidas”, invisibles. Esa mayoría que se atreve a teclear duro bajo las fotos, que luego hablan y propagan en el viento sus idioteces cree que todas ellas -que todas nosotras- son -somos- tocadas por el diablo que ordena provocar y negarse a obedecer, y que ellos, débiles hombres, no puede controlar sus hormonas, sus instintos, y entonces justifican que las ideas perversas, crueles que les pasan por la cabeza son culpa de ellas -de nosotras-, de las niñas que los provocan con sus jeans pequeños, con sus calcetas de colores; de las mujeres que enseñan un hombro, un tobillo; de las muchachitas que no hacen caso a sus llamados de perro, de las mujeres mayores que no quieren someterse a sus fantasías o que no hacen lo que ellos quieren. La culpa es de la mujer que no se somete, que los lleva al borde de la desesperación por no acatar sus órdenes, por no sucumbir a sus propuestas de voz baja y saliva tibia.
Ellas son las que descansan en su cuna, las que mueven sus piecitos, las que aún usan pañal. Ellas, las niñas que salen a la tienda, a dar una vuelta en bicicleta, a buscar de dónde viene el llanto de un gato, las que confían en el padre, en el tío, en el primo, en el hermano. Ellas, las chicas que quieren tener amigos, las que quieren subirse en un skateboard, las que salen a hacer un mandado, las que van a la escuela, las que trabajan en una tortillería, ellas llevan el diablo por dentro, por dentro la rebeldía, por dentro la pretensión de libertad, la ilusión de la seguridad. Ellas, las mujeres que caminan por las calles, las que van todos los días al trabajo, las que salen apuradas ahí cerca, cerquita de la casa, las que atienden la siembra, las que van por el agua. Ellas, las que vuelven con el cuerpo y el alma violadas, las que no vuelven a ser vistas, las que aparecen en bolsas, las que son solo huesos y carne podrida cuando finalmente las encuentran, ellas están por todas partes.
Ellas, yo, vos, tú, ella, usted, tu hermana, tu amiga, tu sobrina, nosotras, ustedes, tu tía, tu abuela, la mamá de la vecina, la vecina, la señora de la tienda, la doctora, la ingeniera, la veterinaria, la antropóloga, la que cuida carros en la esquina, la trabajadora sexual, las maestras, las directoras, las historiadoras, las administradoras de empresas, las niñas, las bebés, las taxistas, las emetras, las contadoras, las niñeras, la que pinta, la que escribe, la que vende estuches de celular en la esquina, la que se gana la vida a puro catálogo de belleza, la emprendedora, la religiosa, la atea, la que anda en bicicleta, la que usa la falda larga, la falda corta, tu tía, tu prima, tu mamá, tu hija, ella, usted, vos, yo, ellas.
Ellas, nosotras caminamos sobre el hilo de la violencia. Abajo el precipicio de todos los días, a los lados esas veces en las que fuimos violadas, en las que por poco escapamos de la muerte a manos de extraños, los recuerdos que preferimos enterrar de hombres cercanos que intentaron, que quisieron, que se metieron a la casa por el techo con toda la intención de meterse en nuestro cuerpo, de castigarnos porque no quisimos ser lo que ellos esperaban.
Ellas, las de las fotos y datos sobre la última vez que fueron vistas pueblan los medios; ellas, las que reciben insultos; ellas sobre las que caen sospechas; ellas, las siempre culpables; ellas, las que no volverán; ellas, las que nadie buscará; ellas, las que llorarán en silencio en medio de todas las sospechas de ser rebeldes, de haberse ido con un hombre, con el novio, por cuscas, por ingenuas, por no quedarse guardaditas en casa; ellas soy yo, sos vos.
Denise Phé-Funchal (Guatemala, 1977). Escritora, socióloga y docente universitaria.
Ha publicado Las Flores (F&G, novela, 2007), Ana sonríe (F&G, novela, 2015) y La habitación de la memoria (Alfaguara, novela, 2015), Manual del Mundo Paraíso (Catafixia, poesía, 2010), Buenas Costumbres (F&G, cuento, 2011), Sala de estar (Óscar de León, cuento, 2017) y Dicen (Patológica, teatro, 2019). Sus cuentos y poemas han sido publicados en Guatemala, Argentina, Italia, Bolivia, El Salvador, Nicaragua, Estados Unidos, México, España y Alemania.
Como socióloga, ha trabajado con mujeres víctimas de violencia sexual y como tallerista en teoría de género y salud sexual integral. Asimismo, ha trabajado el tema de la guerra interna y la memoria histórica.