La nota roja

Por Mariela Castañón

marielacastanon@nuestrashistorias.com.gt

Mi carrera periodística empezó hace más de 13 años, cubriendo “la nota roja”, es decir todo lo relacionado con hechos delictivos, motines en cárceles, e inseguridad.  Fue gracias a esa cobertura, que realizaba diariamente, que aprendí mucho a nivel personal y profesional.

Parecerá extraño, pero desde que era estudiante de periodismo deseaba cubrir la nota roja.  Era muy joven y durante mis prácticas periodísticas me llenaba de emoción ese tipo de noticias.

Cuando empecé a trabajar como periodista formalmente, tuve la suerte de que me asignaran la nota roja.  Este contenido dependía de mí, de lo que veía y de lo que interpretaba.  Tuve la suerte de tener como editor a Mario Cordero, quien era riguroso y exigente, pero al mismo tiempo me orientaba y era comprensivo, un buen mentor y guía. 

Gracias a la combinación de las cualidades de Mario Cordero como jefe y editor, logré dar pasos gigantes en mi carrera profesional.  Todas las mañanas, sabía que él me pediría contenido propio y relevante; eso demandaba mi mejor esfuerzo y dedicación.

Con el tiempo descubrí que la nota roja iba más allá de un tema de delincuentes y policías, de un suceso, o de un motín. Gracias a la nota roja aprendí a investigar.  También, comprendí la importancia de acercarme a las personas respetuosamente: a los deudos, a las mujeres víctimas de violencia y violación sexual, a jóvenes en conflicto con la ley penal, a adultos acusados por un delito y a otros.

De la nota roja también aprendí a autoprotegerme.  A evitar acercarme mucho a un sindicado que podría reaccionar con un golpe en mi rostro.  Aprendí a cuidarme de los ladrillazos en una manifestación.  De los insultos y acoso de grupos delincuenciales.  De palabras soeces, de violencia contra la mujer.  Aprendí a cuidarme de no caer en un barranco y fracturarme.  Después, cuando empecé a investigar cambió la forma y cantidad de riesgos y amenazas, pero también trabajé para fortalecer mi resiliencia.

Aprendí que el grupo de periodistas de la nota roja, que todos los días está cerca del dolor del prójimo, es el más solidario.  Hay compañerismo, ayuda, empatía y hasta la bondad de compartir alimentos en coberturas amplias como motines, allanamientos, capturas, cobertura en terrenos baldíos. Incluso hay una defensa recíproca cuando alguien quiere hacernos daño.

De 13 años de carrera profesional, dediqué 11 a trabajar como periodista de nota roja y paralelo a esta cobertura, empecé a involucrarme con otros temas relacionados con niñez y adolescencia, género y la corrupción en el sistema carcelario.  Necesitaba crecer como profesional y por eso busqué espacios de profesionalización a través de la aplicación de becas y capacitación fuera de Guatemala, que hasta hoy siguen fortaleciendo mis capacidades.

Creo que una de las enseñanzas más importantes que me dejó la nota roja, fue que el centro de nuestras historias y de nuestro trabajo deben ser las personas.  Nosotros no existimos.  Y si existimos será solo para contar con respeto la historia de otros.  El egocentrismo no cabe en el buen periodismo.  Las y los periodistas nunca deberíamos ser la noticia.

Allá afuera hay muchísimas historias que contar y aunque no siempre nos damos abasto, es válido el mejor esfuerzo.  Allá afuera también hay colegas de nota roja que todos los días soporta la inclemencia del tiempo, como el frío, la lluvia, el sol, así como el hambre en coberturas prolongadas, insultos, agresiones y riesgos.  Ese grupo de colegas (me atrevo a pensar en la mayoría) trabaja en silencio, con cero egocentrismos.